
África, más allá de ser un continente que sigue en inestabilidad, se ha venido transformando en un asidero de ideas que se catapultan al cine tan sólo de escuchar el argumento de la trama. Los inacabables conflictos que se yerguen en sus naciones, junto con los procesos de hambruna y enfermedades, motivan a mostrar lo que significa estar en carne propia en algunas de sus calles terrosas, o en la amplitud de sus sabanas, y parajes. En este sentido, la búsqueda de preseas de valor, que, en su gran mayoría, sólo se extraen en estas tierras, se ha transformado en una industria que supera el simple hecho de mantener obreros para que extraigan minerales. Las ansias por conseguir algo que sobresale del resto aumenta las posibilidades de conformar grupos de poder –y mafia–, que persisten en conseguir sus objetivos, de la forma que fuere. Es aquí donde el ceño de los directores, sin escatimar en consecuencias, despliegan su potencial, en pos de dar a conocer las acciones de un territorio que, día con día, intenta salir de los abusos que se cometen contra sus habitantes, y sus ideales.
Hasta hace algunos años, Sierra Leona formaba parte de la zona escogida para traficar piedras preciosas, y poner al mando de los procesos de excavación a las fuerzas militares del lugar, las cuales estaban, a su vez, lideradas por grupos de facto, muchos de ellos, regidos por políticos del propio país, quienes, por lograr un estatus económico de preferencia, trabajaban en las sombras, a costa de mantener sus escaños de mando. Muchos colaboradores de aquellos políticos lograban establecer lazos de confianza con los gobiernos extranjeros, hasta que se apostaban en puntos clave de la nación, con un aparente obedecimiento a sus superiores, aunque con la idea fija de apoderarse de los botines sólo para ellos, a modo de anhelo personal. Lo palpable es que, a medida que estos personajes, ya sea por su inexperiencia, ya sea por su poca perspicacia, avanzan en su cometido, se ven envueltos en parte de su estrategia, lo que ocasiona, ahora, una persistente lucha por mantener la ética de sus acciones, de tal manera de cumplir con quienes sirven de informantes.
Diamante. La palabra se repite en la mente de Danny (Leonardo di Caprio), quien, con maniobras inherentes a las de un estratega, se embarca en la prosecución de apoderarse de uno de los trofeos que sume a los hombres de estos lugares en guerras civiles, matanza, trabajos forzados –con niños de soldados, además–, dolor, y pobreza. Él sabe que con unas cuantas fuentes de información, podrá regresar a Londres con el propósito ya obtenido. El incesante ir y venir de núcleo, el centro de la conquista de la piedra hará que su fortaleza pase a convertirse en una desesperación por manejar las situaciones, aunque estas se tornen de gris oscuro a negro. Edgard Zwick, organizador de la tensión e inseguridad que rondan por el rostro de Danny, conoce que, por más que seguir mostrando las inclemencias africanas sea una tónica de la industria del celuloide, ninguna historia está lejos de ser desarrollada en su total expresión; y, con notoriedad, cuando esto se efectúa con actuaciones logradas, y un argumento que enflaquece sólo en mínimas secciones.
Las Naciones Unidas, en conjunto con las naciones involucradas en el conflicto, siguen trabajando para que las escenas mostradas en el filme disminuyan (en enero de 2003, cuarenta naciones firmaron “El Proceso de Kimberley”); además de focalizar proyectos albergados en las raíces de estas explotaciones del vivir humano; es decir, la educación, las salvaguardas de los derechos del hombre, y una política sin corrupción ni incumplimiento de los plazos. Es de esperar que dos horas y trece minutos (de película) contribuyan en que esto se analice y se cumpla.
Calificación: 5,9.