
Muchas personas piensan que un actor, después de interpretar un mismo personaje en varias películas, es incapaz de desencasillarse de éste, por lo que sus siguientes actuaciones son un fiasco. Para Liev Schreiber, ese augurio pasa de ser un simple comentario, a la hora de fichar a Elijah Wood, el reconocido Frodo de “The Lord of the Rings”, como protagonista de una historia que, lejos de seguir en la línea del desconsuelo infinito (el caso, de “The Pianist”, por ejemplo), varía en esta situación, en la esperanza de lograr el objetivo, en el desarrollo personal; la madurez.
Una II Segunda Guerra Mundial que está contada en cientos de filmes puede parecer un enganche básico, una propuesta sin tanta novedad; las adversidades, los lamentos, los sonidos de cañón, las muertes por doquier, terminan cansando más temprano que tarde. El punto donde recae la diferencia de este filme con los demás (de su tipo) es que motiva a desentrañar una búsqueda que toma a modo de puntapié inicial los sucesos de ese período, ya que, en el corolario, se puede percibir que el guionista (y el autor, la película proviene de la novela homónima) intenta mostrar un enfoque de apertura mental, introspección, descubrimiento de lo que somos y queremos ser. Hoy se puede estar buscando a la mujer que salvó a un anciano (el abuelo del protagonista); mañana se tiene la sensación de que esa mujer es quien está enseñando a resolver los problemas internos, los atavismos, el desorden, las carencias, defectos.
Existe otro punto vital que aparece en esta secuencia de imágenes interpoladas: la mirada de las nuevas generaciones con respecto a lo que significa el conflicto de la Segunda Guerra. Es aquí donde el autor elige con brillantez el hilo conductor de la trama (el protagonista, Jonathan Safran Foer), debido a que es un judío que podría tener un gran recelo por todo lo que conlleva regresar a un sitio en el que sus raíces fueron despojadas de los beneficios; o, si se considera el tiempo transcurrido, en la persecución de un afán que podría tener pocos resultados, lo cual se ve en las dificultades que se van presentando. Ya a partir del título se aprecia que el camino, en gran medida, “está iluminado” por una especie de necesidad histórica de demostrar que las rencillas anteriores pueden verse subsanadas, con o sin el imperativo de mostrar dolor extremo, mas bien incertidumbre y duda.
Utilizar una Ucrania renovada, que empieza a olvidar poco a poco su pasado hostil; junto con la utilización de ambientes campesinos (fotografía), construcciones de antiquísimo valor; es el agregado que, sumado a una banda sonora que estremece; da pie para mirar con otros ojos lo que se viene contando, de diferentes maneras, desde la segunda mitad del siglo XX, en el cine y todo tipo de expresiones artísticas. Lo otro, que ya se señaló en parte, es la interpretación de Wood. Al joven actor todavía le falta demasiado por aprender en cuanto al desenvolvimiento y cariz cinematográficos; de todas formas, acá está ad portas de separarse de sus anteriores participaciones, para proyectarse en el perfil de un profesional creíble, con conocimiento de lo debe hacer, de dejar con una impresión favorable al público, que, al final, es quien levanta o baja el dedo pulgar.
Calificación: 5,5.